Teresa Cañedo-Argüelles
Universidad de Alcalá (Madrid)
Esta especialista española, que nos visitara en el 2005, hace una lectura de nuestros principales teórico históricos sobre la identidad dominicana, te invito a leer el articulo, a analizarlo y sacar siete ideas fundamentales para ti que nos comunica este documento. dando clic sobre la url siguiente podrás acceder al articulo Sobre la identidad dominicana.
http://hal.archives-ouvertes.fr/docs/00/10/93/69/PDF/Teresa_Canedo.pdf
Luego de la lectura, envía por comentario tus siete ideas fundamentales.
INTRODUCCIÓN
En Septiembre de 2005 visité el Museo de la Identidad, en el “Centro Cultural
León” de Santiago de los Caballeros, en compañía de una pareja de amigos haitianos que
tuvieron la gentileza de compartir conmigo aquel viaje iniciático por los entresijos de la
dominicanidad.
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El entendimiento de esta inextricable realidad impregnada de claroscuros
era para mi un objetivo de largo aliento, y empezaba en aquel museo donde las
reminiscencias taínas e hispánicas se exhibían con profusión en los anaqueles de unas salas
donde la africanidad brillaba por su provocadora ausencia. Fue al final del recorrido
cuando reparamos de pronto en una pared blanca horadada por varias ventanitas
rectangulares. Estaban iluminadas desde el interior y se elevaban a mas de un metro sobre
el suelo. Me empiné para tratar de curiosear en el interior, y resulta que allí dentro, oculta
tras la blanca pared, estaba Africa .
Mi amiga haitiana juzgaba inadmisible aquel ocultamiento y, aprovechando su
buena pluma, había publicado en un periódico de su país un pequeño artículo titulado
“Cacher le nègre, èviter l´Haitien”.
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Me pareció lógica su actitud considerando que
aquello hería los sentimientos de una haitiana orgullosa de su cultura y consciente de que
la negritud y la haitianidad formaban también parte inseparable del pueblo dominicano.
Por mi parte traté de interpretar aquella curiosa forma de exhibición suponiendo
que tal vez la intención del Museo no habría sido mostrar piezas constitutivas de la
identidad dominicana, sino piezas constitutivas del conflicto de identidad que tienen los
dominicanos. El marco conceptual de este argumento lo fundamentaba en la idea de que la
identidad de un pueblo tiene que ver con el conjunto de rasgos y valores culturales que se
perpetúan en la acción colectiva y en la conciencia de sus componentes y en que dichos
rasgos deben ser objeto, no solo de una percepción interna colectiva, sino también de una
proyección externa consensuada.
Para proyectar o exteriorizar esta auto-percepción –ante sí mismos o ante otros- la
gente suele utilizar referentes históricos (reales o imaginados) que se consideren
depositarios o portadores de tales rasgos y valores. Es importante que sientan su esencia
colectiva encarnada en tal o cual personaje, o bien que se identifiquen con tal o cual
pueblo al que todos otorguen un papel eugenético en la formación de su propia cultura .
Pero sucede a veces que dentro de un pueblo no hay consenso, sino discrepancia,
acerca de los rasgos y valores que constituyen la propia esencia cultural. En estos casos de
fractura identitaria los referentes se confrontan y el personaje o la cultura con la que el
pueblo se define, en realidad solo corresponde a una parte de él, a aquel sector mas
poderoso y mas capaz de manejar el discurso identitario, supuestamente nacional . Los
referentes con que se identifican los otros grupos minoritarios,
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quedan ocultos.
Este escenario conceptual podría reflejar el ocultamiento de la africanidad ( y de la
haitianidad) en la República Dominicana, tal y como el museo expone, y podría también
haber llevado a algunos autores a considerar que la identidad nacional no existe; que el
dominicano difícilmente sabe quien es; que ha olvidado cual es su ser; o que no tiene
conocimiento de los valores históricos que constituyen su nacionalidad.
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Transcurrido un año de aquel episodio y tras considerar los cambios que se están
produciendo en la auto-percepción identitaria del pueblo dominicano, recapacito sobre el
planteamiento de Genoveva Douyon y vaticino con ella que esa pared del museo tendrá
muy pronto que empezar a desmoronarse.
Examinemos el acontecer de este largo proceso de construcción de la identidad
nacional en el que la africanidad ha sido relegada a un histórico ocultamiento por parte de
las elites intelectuales (o políticas) y dentro del marco de unas conflictivas y
contradictorias relaciones internacionales con España, Francia, Estados Unidos y sobre
todo, Haití. Avanzaremos la hipótesis de que este aspecto oculto de la dominicanidad está
empezando a des-velarse en el imaginario colectivo, al hilo de un discurso coloquial que
tiene como principal artífice a la diáspora popular
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y que cuenta con el reconocimiento por
la ONU de los Derechos Humanos y de las minorías culturales.
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En otras publicaciones he fundamentado el concepto cualitativo (no cuantitativo) del término minoría, tal
como aquí se usa. CAÑEDO-ARGÜELLES, Teresa: Actores de la Periferia. Historia y vida de una región
surandina. Moquegua. Fondo editorial de la Universidad de Alcalá, Alcalá de Henares (Madrid) , 2003, pp.
259 y sigtes.
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NÚÑEZ, Manuel: El ocaso de la nación dominicana, Santo domingo, 1990, pág. 313.
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Esta cuestión será estudiada dentro de un Proyecto de investigación interdisciplinar titulado “Migraciones y
codesarrollo en el SO de República Dominicana”, el cual cuenta con el auspicio de la CeALCI (Centro de
Estudios de América Latina y de Cooperación Internacional) y de la Fundación Carolina en España.
RELACIONES INTERNACIONALES Y FRACTURAS INTERCULTURALES
La República Dominicana presenta una experiencia histórica ciertamente compleja
en la que la incursión de diferentes pueblos y culturas podrían explicar el conflicto
identitario y la externalización de los referentes que han servido para representar a los
distintos grupos etno-culturales que actualmente componen la nación.
A la población autóctona de indios taínos se sumaron en 1492 los colonizadores
españoles, y enseguida los esclavos negros procedentes de Africa. En 1697 los franceses
adquirieron, por el Tratado de Ryswick, el dominio del lado Oeste de la isla donde
fundaron la colonia de Saint Domingue, estableciendo allí un sistema de plantación
sostenido por el trabajo de los esclavos.
En 1795 España y Francia firmaron el Tratado de Basilea, por el cual España
renunciaba también a la parte oriental de la isla en favor de los franceses. Este acuerdo no
se aplicaría de facto, pero Toussaint Louverture (1743-1803), líder de los esclavos
rebeldes de Saint Domingue, lo tuvo muy en cuenta a la hora de invadir Santo Domingo
en 1801 con la intención de poner a toda la isla bajo su mandato. Los franceses , bajo la
jefatura del general Leclerc, cuñado de Napoleón, consiguieron desplazarlo y sustituirlo en
este propósito invasor, pero fueron rechazados por las tropas dominicanas de Juan Sánchez
Ramírez. Mientras tanto la población negra de Saint Domingue se independizaba de
Francia proclamando en 1804 la República de Haití.
Diez y siete años mas tarde, en 1821, también los habitantes de Santo Domingo se
independizaron de España bajo el mandato de José Núñez de Cáceres (1772-1846).
Aunque contaron para ello con el apoyo militar de los haitianos, nada mas lejos que
sentimientos de amistad o alianza entre Santo Domingo y Haití. Por el contrario, la
rivalidad política entre ambos países puede considerarse la piedra fundacional de un
conflicto identitario todavía no resuelto.
La Constitución haitiana de 1805 reclamaba el derecho de soberanía sobre la isla,
pretensión que daría lugar a sucesivas invasiones frustradas sobre Santo Domingo (diez
veces entre 1800 y 1910). Los haitianos lograron finalmente su propósito en 1822 bajo el
gobierno del presidente Jean Pierre Boyer (1776-1850), iniciándose lo que se conoce como
periodo de ocupación haitiana. Pero las diferencias culturales así como la firme
resistencia dominicana representada por la sociedad secreta de los Trinitarios, impidieron
que este proyecto de unificación insular se consolidara y en 1844 los haitianos tuvieron que
replegarse.
Paradójicamente este grupo rebelde de los Trinitarios que luchó contra los haitianos
se había levantado bajo la consigna de la integración racial, considerando que la ley no
reconocería mas nobleza que la de la virtud ni mas aristocracia que la del talento. Su principal líder, Juan Pablo Duarte (1813-1876), fracasó en el intento de obtener el
reconocimiento constitucional de estos principios democráticos e integradores.
El Hispanismo se había fortalecido durante la ocupación haitiana como forma de
contrarrestar el intento de Boyer de haitianizar el país . La elite dominicana conformada por
población blanca de ascendencia hispánica trató de emigrar (a Cuba o Venezuela sobre
todo) , y los que no lo lograron se aferraron a la lengua española y a la religión católica
para afirmar su identidad frente a los invasores, siendo entonces cuando lo hispánico
adquirió mayor relevancia como categoría identitaria. A este referente se contrapuso lo
haitiano como sinónimo de barbarismo. Es por ello que la retirada de Haití marcó para los
dominicanos el verdadero inicio de su Independencia proclamada el 27 de Febrero de 1844.
Ello no impidió que la porosidad fronteriza entre ambos países alentara un
permanente flujo migratorio por parte de los haitianos. Pues esta fractura , que era mas
elitista y política que popular, se descomponía en la región fronteriza donde las relaciones
comerciales (intercambio de ganado dominicano por alimentos y textiles haitianos) y
sexuales (unión de dominicanos con mujeres haitianas), daban vida a una sociedad libre de
prejuicios. En este sentido el racismo dominicano, a diferencia de otros países, se formuló
a nivel de elites intelectuales y socio políticas y no a nivel popular que es donde
normalmente suelen producirse (y padecerse) las fricciones y competencias interétnicas.
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Efectivamente, amplios sectores populares del campesinado habían tolerado e
incluso visto con buenos ojos la ocupación haitiana,
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mientras que las elites sociales y
políticas del país no podían soportar la amenaza que para ellos representaba un nuevo
episodio de dominación como aquel. Este sentimiento les llevó a buscar alianzas
extranjeras y a reclamar la recuperación voluntaria de sus lazos con España lo que se
produjo en 1861. Esta segunda experiencia hispánica que duró apenas cinco años puso en
evidencia la gran distancia cultural que mediaba entre los dominicanos y su vieja metrópoli,
y el desengaño que se apoderó de sus conciencias tras la Guerra de la Restauración en 1865
les abocó a formularse en negativo con un rotundo: No a la españolidad .
Pero este rechazo de los dominicanos al anexionismo español tuvo también una
gran significación identitaria de signo positivo el cual se reflejó en la proliferación de
autores patrióticos como Gaston Fernando Deligne (1861-1913), Emilio Prud´Homme
(1856-1932) y Salomé Ureña de Henríquez (1850-1897), y de obras indigenistas como El
Enriquillo (1882) de Manuel de Jesús Galván o Las Fantasías Indígenas (1877) de Jose
Joaquín Pérez. A estos mismos propósitos de construcción identitaria respondió el gusto por la poesía criolla que divulgaron el decimista Juan Antonio Alix (1833-1918) y el improvisador de poesía popular Manuel Mónica (Meso Mónica).
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El negativismo identitario se construyó también frente al pueblo norteamericano,
después de que en 1871 el Senado de los Estado Unidos rechazara la solicitud de los
gobernantes dominicanos de obtener su protectorado. Una buena parte del país se enfrentó a
los propósitos anexionistas de Buenaventura Báez (1812-1884) en la Guerra de los Seis
Años librada bajo la consigna de No a la norteamericanidad. Pedro Henríquez Ureña
(1884-1946) se hizo eco de este sentimiento manifestando que la Revolución Unionista
del 25 de Noviembre de 1873 que derrocó a Báez marca la consolidación de la
nacionalidad dominicana al rechazar de una vez por todas el anexionismo como formula
política del país.
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Pero estas actitudes nacionalistas e identitarias no pudieron evitar la
ingerencia norteamericana en los asuntos internos del país. Durante la primera década del
siglo XX la administración de la deuda quedó en manos de la Santo Domingo
Improvement Company, empresa que se hizo también cargo del Ferrocarril Central
Dominicano (Santiago-Puerto Plata). En 1907 el gobierno norteamericano puso bajo su
control las aduanas de la República y decretó el desarme popular. Con esta última medida
los norteamericanos pretendían erradicar la violencia ligada al caciquismo local para dotar
al país de estabilidad política y asegurar el éxito de sus explotaciones azucareras. Y es que
también los recursos económicos estaban bajo su control.
Ya desde el último tercio del siglo XIX varias compañías norteamericanas venían
invirtiendo su capital en la explotación de plantaciones de caña asociadas a los ingenios
azucareros. El ingenio impuso una serie de cambios que afectaban a la estructura agraria y
laboral, de tal modo que el tradicional sistema de tenencia comunal de la tierra comenzó a
desmantelarse con la promulgación en 1911 de una ley destinada a privatizar los terrenos
comuneros. Respecto a la mano de obra, se impuso una subalternidad contractual de tinte
capitalista que generó a los ojos de Ramón Marrero Aristy (1913-1959) un mundo sin
honor, compasión ni respeto. Este autor presenta en su célebre novela Over un lacerante
relato de la vida que transcurría dentro de aquellos microcosmos representativos del ansia
de poder económico del imperialismo extranjero.
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El funcionamiento de estas unidades
agro exportadoras respondía a un modelo de autosuficiencia en el que la mano de obra,
fundamentalmente negra o mulata, apenas tenía contacto con el mundo exterior. Tal
aislamiento favoreció la pervivencia en su seno de costumbres, ritos y valores de origen
africano, al mismo tiempo que se propiciaba el culto a los santos, obrándose así en la ellos
un sincretismo religioso expresado en el vodú o el candomblé.
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5En otro orden de cosas, Marrero sostenía que el ingenio contribuyó a perfilar la
fractura entre haitianos y dominicanos mediante el trato desfavorable que los
norteamericanos dispensaron a los primeros. Pero hubo en cambio quienes vieron en la
política desplegada dentro de aquellas unidades de explotación azucarera un intento de
homogeneizar a ambos grupos de trabajadores con el propósito deliberado de recuperar la
unificación política de la isla,
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motivo por el cual los sentimientos anti-haitianos se
asociaron a los anti- yanquis .
Durante la ocupación militar (1916-1924) los norteamericanos adoptaron diversas
medidas antipopulares, como el establecimiento de un impuesto territorial sobre la
propiedad rural. Este impuesto fue considerado injusto, pues no se cobraba con criterios
equitativos; e inadecuado, debido a que el pueblo dominicano no estaba habituado a pagar
rentas directas al Estado.
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Tampoco fue bien recibida la política aduanera que favorecía la
entrada al país de artículos manufacturados norteamericanos libres de impuestos o
privilegiados; y lo mismo ocurrió con el decreto de desarme popular. Todas estas medidas
fueron blanco de duras críticas que se canalizaron a través del movimientos rebeldes, como
el de los gavilleros; O bien mediante actitudes de rescate de manifestaciones culturales
autóctonas como fueron el merengue y la pelea de gallos, que plantaron cara a la música
melódica anglosajona y al béisbol.
La ocupación norteamericana sacudió igualmente a la intelectualidad política del
país, sobre todo al nacionalismo liberal. En la Cuarta Conferencia Panamericana celebrada
en Buenos Aires, Américo Lugo (1870-1952) hizo una dura denuncia contra lo que
consideraba una violación del derecho internacional y contra los abusos infligidos al
pueblo dominicano (despojos de tierras, por ejemplo).
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En esa línea se inscribió la “Unión
Nacional Dominicana”, una organización nacionalista presidida por Emiliano Tejera
(1841-1923) que exigió la pura y simple desocupación norteamericana. Sin embargo, la
desocupación fue acordada por el Plan Hughes-Peynado en términos muy favorables para
los norteamericanos, lo que provocó en este sector intelectual un profundo desengaño
acerca de sus expectativas de construcción de una auténtica soberanía nacional, llevando a
muchos representantes de este signo a colaborar con Trujillo (1891-1961).
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Rafael Leonidas Trujillo, que gobernó entre 1930 y 1961, también consideraba
necesarios los cambios que la administración norteamericana introdujo para garantizar sus explotaciones agroexportadoras.
Pero en su caso las medidas modernizadoras se orientaron a poner bajo el férreo control de su régimen a la ruralía y a todos los demás sectores sociales del país en un intento de re-construir e integrar a toda la nación bajo el signo racista y excluyente de la hispanidad.
Para estas fechas la preponderancia militar y económica de Haití se había tornado en desestabilidad política y en pobreza, situación que tenía un evidente reflejo en la emigración masiva que los hatianos protagonizaron hacia la República Dominicana para trabajar en la zafra azucarera en condiciones deplorables, casi inhumanas. Estos cambios transformaron el miedo hacia los haitianos en desdeño, y dieron pábulo a la formación de una conciencia de superioridad que Trujillo se encargó de avivar mediante la aplicación de
una política de racismo a ultranza.
A través de sus ideólogos conservadores y haciendo uso del viejo discurso colonial, Trujillo inculcó a los dominicanos (mulatos en su mayoría) la idea de que constituían una raza superior por su condición de hispanos, católicos y blancos. Para certificarlo ordenó que en los censos de 1960 todos los que no eran evidentemente negros fueran empadronados como blancos. 17 Su drástica ideología anti-haitiana se convirtió en el eje de un perverso programa de exterminio que acabó en 1937 con la vida de miles de haitianos en la frontera, acusados de ladronear ganado y de acaparar el mercado de trabajo en la zafra
azucarera.
La invasión pacífica de la frontera Noroeste por parte de los haitianos por parte de los haitianos convirtió a
esta región en punto de mira del racismo trujillista, percibiéndose la dominicanización de aquel territorio como una cuestión de honor nacional. Marrero Aristy, que recorrió (y glosó) la frontera Sur-Oeste por encargo de Trujillo, la describía como un espacio pobre, desolado, apartado e infectado de creencias supersticiosas: el sol quema como una llama, el aire es seco y cortante, la tierra arisca y la vegetación bravía.... El dominicano de aquella región sostenía escaso comercio con nosotros y en cambio se abastecía totalmente de Haití sin tomar en cuenta nuestras instituciones y sin someterse a lo dispuesto por nuestra legislación; Y dando absolutamente la espalda a nuestra cultura...se iba destiñendo cada vez mas mientras absorbía las supersticiones y adaptaba las costumbres del vecino. ..
Cuando el campesino tomaba el /ron haitiano/ Clerén en los ranchos donde estaban sus mujeres negras o sus asociados haitianos, no se llamaba ya el “vale Calendario” sino “compé Candé”, y cuando muriese no quedaría allí su herencia de dominicano, sino un nuevo trozo de Haití, con sus ensoñaciones y sus creencias,
con su ron y su voudou.
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Estas condiciones de marginalidad y aislamiento llevaron a Trujillo a desplegar en aquella zona fronteriza del país una política colonizadora mediante el reparto de tierras a campesinos procedentes de otras regiones. Se intentaba así aumentar la producción exportadora y también apartar a la ruralía de las revoluciones y la vagancia . Se percibía esta política, en última instancia, como una eficaz manera de anclar al campesinado a la tierra para favorecer su ingreso en la ciudadanía y para fomentar su espíritu patriótico. Tierra y patria se equipararon, ya que a juicio de Trujillo uno de los medios de hacer al ciudadano mas patriota es ligarlo lo mas estrechamente a la tierra de su Patria.
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Estos repartos de tierra no fueron gratuitos. El Estado se los cobró ejerciendo sobre los campesinos un tutelaje paternalista que incluía el reclamo de fuerza laboral obligatoria y gratuita para trabajar en la construcción de caminos, carreteras y canales de riego. Este sistema conocido con el nombre de corveé , era parecido a la institución incaica de la mita pero en la República Dominicana fue sentido como un mecanismo de explotación porque carecía en este país de la tradición milenaria que en cambio sí tenía en los Andes.
La ingerencia del Estado en la vida campesina trascendió los límites de la producción laboral ya que, a través de la Cartilla Cívica, se impusieron pautas de comportamiento que fracturaban la solidaridad comunal e incluso familiar, al orientar los comportamientos sociales hacia la sumisión, el respeto y la obediencia a la figura paterna como representante del Estado.
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Estos mismos propósitos paternalistas inspiraron a Trujillo la derogación del impuesto territorial establecida por los norteamericanos, como una forma de restituir la ofensa moral sufrida durante la ocupación. Su demagogia política le llevó a defender a los trabajadores de los ingenios utilizando sus quejas y denuncias sobre la insuficiencia de los sueldos que percibían, sobre las manipulaciones comerciales que regían en estos recintos mediante la imposición de fichas y vales y sobre la práctica fraudulenta del sistema over (aumento de los precios y falseo del peso).
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El asesinato de Trujillo en 1961 y la caída de su régimen, generaron en el país un cuestionamiento de las bases hispanistas y racistas en las que se había fundamentado el nacionalismo identitario del Trujillismo. Este proceso se inició, sobre todo, a raíz de la emigración masiva que los sectores populares comenzaron a protagonizar entonces hacia los Estados Unidos y luego hacia España.
FRACTURAS ETNO- SOCIALES Y PERCEPCIONES DE LA IDENTIDAD
A estas complejas relaciones internacionales, con la superposición de razas y culturas y con los conflictos de intereses que conllevaban, se añadía un no menos complejo panorama social que vendría a intensificar el dilema del nacionalismo dominicano.
En la Historia temprana del país podemos admitir con Juan Isidro Jiménes Grullón (1903-1983) la presencia de tres grupos socioeconómicos muy separados entre sí debido a sus connotaciones raciales: La burguesía terrateniente -identificada con la mas pura raíz hispánica- la clase media de pequeños agricultores -asociada a una heterogeneidad racial- y los esclavos -identificados como negros-.
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Durante el XIX no puede decirse que hubiera entre estos grupos una separación tajante ya que la burguesía terrateniente –asociada a las elites políticas regionales- necesitaba del pequeño campesinado local para asegurarse la fuerza de trabajo y la convocatoria política. De hecho la estrecha relación patrón-cliente que se entabló entre ambos grupos actuó en detrimento de la lealtad de la ruralía a la autoridad estatal anteponiéndose a ella y obstaculizando la integración del campesinado en el proyecto nacional.
Algo parecido sucedió con los esclavos. La legislación esclavista fue muy explícita a la hora de determinar la inferioridad social (y racial) de los negros otorgándoles un papel de servilismo y sumisión al blanco que debió ser interiorizado y representado por los esclavos mediante actitudes reverenciales y humillantes. Esto no impidió que la convivencia con sus amos en el marco doméstico de la propiedad hatera produjera
abundantes (y fecundas) uniones sexuales, y diera lugar a un activo mestizaje biológico y cultural, poniéndose con ello las bases de una sociedad eminentemente mulata .
La africanidad o negritud había aparecido en la isla asociada a la esclavitud, de modo que durante la Historia temprana del país ser esclavo era equivalente a ser africano. Sin embargo es necesario distinguir entre el esclavo de Saint Domingue y el esclavo de Santo Domingo, debido a las distintas circunstancias de sus respectivas condiciones de dependencia; El primero había estado ligado casi exclusivamente a la plantación de azúcar y la relación que mantenía con su amo francés era muy fría y distante. Eso, a juicio
de Arturo Peña Batlle (1902-1952), repercutió en el abandono cultural de que fue objeto y en su primitivismo moral, ya que estos esclavos ni siquiera recibieron educación religiosa.
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En cambio el esclavo dominicano se desenvolvió en un ambiente doméstico mas permeable que le permitió absorber con cierta facilidad las costumbres y los valores de sus amos españoles. Simultáneamente siguió practicando sus costumbres y ritos africanos, ya que estos daban respuesta a sus necesidades ontológicas y existenciales, pero lo hacía en la landestinidad puesto que éstas prácticas eran percibidas como denigrantes y le obstaculizaban el acceso a los espacios sociales y económicos reconocidos. Tales eran el desempeño de ciertos puestos en la milicia para colaborar en la defensa de la frontera contra el avance francés.
24 Por todo ello se acostumbró a ocultarlos.
La rivalidad política con Haití , sobre todo tras la ocupación, hizo que la negritud se asociara con lo haitiano y que el negro fuera rechazado, no tanto por ser negro como por su identificación con el haitiano. Como bien aprecia Meindert Fennema, esta equiparación del negro haitiano con el negro dominicano dejaba a este último sin estatuto de ciudadanía dentro de su propio país. 25 A los negros dominicanos se les otorgó entonces la categoría de indios con la intención de poderlos admitir en el proyecto nacional . Ellos mismos se las agenciaron para buscar alternativas de integración tratando de identificarse unas veces como criollos 26 (por el hecho de haber nacido ya en el país) y otras como blancos de la tierra 27 (para distinguirse de los negros haitianos contra los que a veces tuvieron que luchar).
A pesar de las vinculaciones que existían entre los distintos grupos etno-sociales, las marcadas diferencias somáticas -reales o representadas- los distanciaba. También los intereses económicos contribuían a diferenciarlos. Incluso dentro de cada grupo habían discrepancias que se convertían a veces en verdaderas brechas sociales e ideológicas. Por ejemplo, distinguimos en la burguesía terrateniente del Sur a los hateros productores de caoba, con propiedades que se habían originado durante el dominio colonial y que no dudaron en apoyar la anexión a España en 1861. Se alineaban en el partido Rojo (conservador) de los generales Buenaventura Báez (1810-1884) y Pedro Santana (1801- 1864) y se decantaban por la negociación con los Estados Unidos. Por el contrario, los terratenientes del Cibao en el Norte, habían prosperado tras el dominio colonial gracias al tabaco y a la apertura del comercio con Europa . Estos se acogieron al partido Azul (liberal) del general Gregorio Luperón (1839-1897) con una ideología anti española y proclive a la igualdad racial.
Tampoco la clase media criolla era homogénea. Su diversificación se produjo sobre todo a raíz de la abolición de la esclavitud y de la desamortización de las tierras, medidas ambas decretadas durante la dominación haitiana que contribuyeron a ampliar la base social de este grupo intermedio de criollos. En él se inscribieron diferentes clases de campesinos, peones y artesanos asociados todos ellos al conuco, 28 pero también otros sectores vinculados al comercio exportador de las maderas preciosas.
De todos estos grupos fue la elite intelectual la encargada de construir, desde sus propias percepciones (o intereses), el discurso identitario nacional. Tanto los conservadores como los liberales coincidieron en considerar al campesino criollo como el depositario de los rasgos esenciales de la dominicanidad. 29
Pedro Francisco Bonó Mejía (1828-1906), uno de los principales exponentes de la racionalidad popular campesina, llegó a otorgar a las clases trabajadoras el papel de salvadoras de la nación. 30 Hubo quienes las ensalzaron considerando que se trataba de personas francas, sencillas, sinceras, nobles, sacrificadas, leales y alejadas de la corrupción. 31 Pero resulta mucho mas común encontrar calificaciones de desprecio referidas a la gran masa de peones o campesinos sin títulos de propiedad que pululaban por la campiña y a quienes se les tildaba de indolentes, disolutos, individualistas, imprevisores, indisciplinados, parranderos, mentirosos, haraganes o violentos. Muchas de estas descalificaciones vertidas sobre el criollo dominicano coinciden (como no podía ser de otra manera) con otras de parecida laya asignadas al negro, tales eran las de perezoso , indolente, delincuente, supersticioso, promiscuo y frugal.
Huelga decir que todas estas apreciaciones vertidas directamente sobre el campesino (e indirectamente sobre el dominicano) están basadas en estereotipos y carecen de valor, puesto que las mismas no cuentan con el respaldo de estudios rigurosos que justifiquen su aceptación como categorías identitarias específicas de un pueblo y no propias, por ejemplo, de un estado de desatención y pobreza.
Dejando a un lado estas apreciaciones de rasgos mas puntuales (y ajustados al cliché) , veamos las propuestas de los referentes (o contra-referentes) identitarios que propusieron los representantes de las corrientes intelectuales de signo conservador y liberal.
El nacionalismo conservador, auspiciado por Trujillo 32 consideraba que el nacimiento de la identidad nacional se situaba en el periodo colonial y se fundamentaba en el hispanismo. Concepto éste cuyas acepciones varían dependiendo de los contra-referentes que se seleccionen, el pueblo haitiano o el norteamericano, ambos externos y adversos.
Respecto al pueblo haitiano, los conservadores pusieron gran empeño en inscribir su concepto de raza dentro de un discurso colonial, positivista y etnocéntrico, que defendía la superioridad de la raza blanca frente a todas las demás (fueran negra o indígena), por cuanto dichas otras razas eran incompatibles con la civilización europea y con lo que se entendía por modernidad. 33 Ello explica que a mediados del XVIII cualquier habitante de la isla tratara de auto definirse como español , refiriéndose a su origen y también al papel fundacional de La Española en la hispanización de América, ya que se consideraba a sus pobladores los mas fieles vasallos que tuvo su Majestad. 34 Dentro de este contexto, el hispanismo reivindicaba la blancura caucásica y la religión católica, cuyos opuestos referenciales estaban en la negrura etíope y en las pseudo-religiones de procedencia africana asociadas a los rituales vodú que se practicaban en Haití.
Para estos ideólogos conservadores, la inferioridad racial en el caso del negro haitiano estaba asociada a defectos culturales, morales y biológicos. Además consideraban que la rapidez en el ritmo de procreación (propia de pueblos primitivos) constituía una amenaza debido a la gran presión que la emigración haitiana (de gente pobre) ejercía sobre los recursos dominicanos. 35 De ahí que la Guerra de la Reconquista librada en Santo Domingo para expulsar a los haitianos de este territorio, fuera mas una reconquista identitaria y racial (de blancos, católicos y españoles) que meramente política. La gran importancia que esta victoria identitaria tuvo para los dominicanos explica que dicha efemérides (27 de Febrero de 1844) se utilice hoy día para simbolizar la fiesta nacional dominicana en cuanto a que en ella el país logró su independencia de Haití (y no la de España conseguida en 1821).
Este rechazo de la negritud y la consiguiente discriminación racial asociada a este grupo, si bien estaba inicialmente dirigida a los negros haitianos del lado occidental de la isla, afectaba a los negros en general, incluidos los esclavos y luego libertos que vivían en Santo Domingo. Por eso el discurso conservador sobre la supresión de la herencia africana en la cultura dominicana fue responsable de la exclusión de una parte de la población del proyecto nacional y de las fracturas identitarias que esta actitud desencadenó posteriormente en la sociedad.
Pero el hispanismo también tuvo sus detractores, sobre todo a raíz del fracaso de la experiencia anexionista de España (1861-65) que puso al descubierto la quimera del hispanismo cultural dominicano y que hizo que los seguidores del partido liberal (Azul) de Gregorio Luperón enarbolaran banderas de No a la españolidad.
La otra acepción del hispanismo es aquella que tuvo al pueblo norteamericano como su oponente. La Revolución Unionista de 1873 contra Buenaventura Báez se hizo bajo la bandera de No a la norteamericanidad . Por su parte Arturo Peña Batlle, uno de los grandes mentores intelectuales del conservadurismo hispanista y anti-norteamericano, ponderaba a España frente a los Estados Unidos cuando afirmaba que ante las miradas absorbentes del imperialismo en América se levantó el opuesto y generoso criterio de los que defendieron la libertad de los indios y abogaron por ella y aun por la autonomía política de los pueblos recién descubiertos.
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Américo Lugo y Emiliano Tejera también se opusieron firmemente , en nombre del nacionalismo liberal, a la ingerencia norteamericana y lo hicieron desde la palestra diplomática (Cuarta Conferencia Panamericana) , política (Partido de la Unión Nacional Dominicana) e intelectual. Las investigaciones realizadas por Américo Lugo sobre la Historia temprana de Santo Domingo en el Archivo de Indias de Sevilla, le llevaron a reconsiderar los valores del legado español en términos de humanitarismo y de democracia social para con los indios, contraponiendo este legado al autoritarismo y al egoísmo de los norteamericanos cuya presencia en el país tuvo a su juicio un efecto catártico. Su antinorteamericanismo le llevó incluso a justificar la inferioridad cultural de los Estados Unidos respecto a los dominicanos por el hecho de tener este país la civilización que nos transmitió la nación que era, al crearnos, la mas adelantada de Europa, y por ser superiores en algunas cosas a los norteamericanos.
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Esta superioridad se refería sin duda a los valores culturales enraizados en España. En este sentido el ingenio azucarero, símbolo paradigmático (y perverso) de la ocupación norteamericana, se convirtió en blanco de las más ácidas críticas. El conservador Ramón Marrero Aristy responsabilizó a estas unidades agroexportadoras del trastorno estructural de la sociedad rural dominicana y de la pérdida de los valores culturales y morales propios de ella, aludiendo a las muchas costumbres sanas que se perdieron; A que la
gente joven y las mujeres adquirieron costumbres mas independientes; Y a que toda la población se dejó llevar por la obsesión del dinero como elemento determinante del valor del individuo 38
Pero el gran aporte de los liberales a la moderna construcción identitaria fue su aceptación de la africanidad como componente positivo del pueblo dominicano. 39 Eugenio María de Hostos (1839-1903), que fue muy radical en su posicionamiento anti-español, ya había considerado que la influencia del legado haitiano había sido, en cambio, beneficiosa al cumplir un papel democratizador en la construcción nacional dominicana.
40 Pedro Francisco Bonó abogó también por una identidad mestiza presentando una visión democrática y heterogénea de la identidad nacional.
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Esta visión de la identidad fue formulada en términos de “mulatismo”. Una ideología que admite el diálogo intercultural y que actualmente cuenta con un creciente consenso intelectual y popular.
CONSIDERACIONES FINALES
Las relaciones internacionales e interculturales, si bien han contribuido a forjar el poso identitario de la nación dominicana, también han generado, por su cariz intromisor o avasallador, actitudes de rechazo que pueden explicar el ocultamiento de algunos aspectos de la identidad nacional. Es en este contexto donde tiene cabida el complejo de inferioridad que Arturo Peña Batlle (1902-1952) 42 y Juan Bosch (1909-2001)
43 entre otros, han señalado como un factor determinante del pesimismo con que el pueblo dominicano encara actualmente la percepción de su identidad. Basta para ello con hacer un breve repaso a los episodios
históricos que hemos expuesto en el primer apartado de este trabajo, a saber: La pérdida en 1697 de la parte occidental de la isla debido al desinterés (o descuido) de España en esta colonia; El contraste entre la floreciente economía de plantación que se desarrollaba en Saint Domingue bajo el poder de los franceses y la precariedad en que se perpetuaban el hato y el conuco del lado dominicano; La segunda cesión a Francia, esta vez del propio territorio de Santo Domingo, en 1795 por el Tratado de Basilea; La dominación política
haitiana que los dominicanos tuvieron que soportar durante dos décadas (1822-44) y la superioridad militar que aquel país conservó tras su retirada, empujando a los dominicanos a solicitar en 1861 la anexión a España para neutralizar su amenaza.
La presencia norteamericana contribuyó mas tarde y de diversas maneras a acentuar este sentimiento. Una de las mas importantes tuvo que ver con el desarme si consideramos que el hecho de portar un arma tenía para los campesinos dominicanos un gran sentido simbólico y ritual hasta el punto de que no había dominicano... que no se dejara conquistar por un arma. La mayoría de ellos cambiaría su mujer por un revolver y agradecen mas que se les regale una correa llena de tiros que una casa.
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Ello explica que el rito de iniciación de un adolescente a la madurez sexual implicara la adquisición de un revolver y que coincidiera con la costumbre de bajarle los pantalones al muchacho e incorporarlo al mundo de los hombres adultos. En este contexto no es de extrañar que el desarme popular decretado por los norteamericanos durante su ocupación significara para el pueblo dominicano algo parecido a una castración.
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La complejidad de estas relaciones internacionales e interculturales explican asimismo el hecho de que para la construcción identitaria de la nación se hayan utilizado a tales pueblos o culturas invasoras como referentes favorables o bien adversos, según las posiciones o intereses de sus teorizantes. Dentro de este selecto círculo empiezan ya a irrumpir voces populares y opiniones públicas que no están necesariamente asociadas a las elites intelectuales o políticas. Creemos que su emergencia se debe en buena medida a la diáspora emigratoria que se inició tras la caída del Trujillismo y que tuvo como principales destinos Estados Unidos y luego España.
Esta vez la emigración no estaba protagonizada por miembros de la elite como ocurrió durante el periodo de dominación haitiana, sino por ciudadanos de a pié que han podido posicionarse dentro de un mundo mas ancho y percibirse a sí mismos desde una óptica distante (y distinta) abarcando la verdadera dimensión de su riqueza cultural y ... también de su pobreza económica.
La proclamación por la UNESCO en el año 2001 como obra maestra del patrimonio intangible de la humanidad a la Cofradía de los Congos de Villa Mella, cerca de la ciudad de Santo Domingo, ha contribuido a considerar el hecho diferencial asociado a la negritud como un valor digno de exhibirse y no de ocultarse. Es en este contexto donde creo que el Museo de la Identidad del “Centro Cultural León”, tal vez debiera plantearse el derribo de la pared tras la cual se exhiben (y ocultan) los aportes africanos a la identidad nacional dominicana, para dar pábulo al diálogo intercultural que la población reclama desde su mulatismo.
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